Parece que fue hace un siglo y, sin embargo, pasaron apenas nueve años. Será porque a juzgar de lo que nos deparó el XXI para muchos riverplatenses esta centuria todavía no empezó. Por lo menos futbolísticamente, ya que las alegrías que humedecieron nuestros ojos llegaron desde un gotero lagrimal. Cuando todo daba para suponer que la lluvia de triunfos internacionales que nos faltaban se venía preparando como un aluvión imparable, todo cambió y la sequía de alegrías fue in crescendo de manera angustiante hasta llegar a este incierto presente.
Sin embargo, aquel 25 de mayo de 2001, River festejaba su cumpleaños número cien de manera incomparable. Eran los años en que se hablaba del “fin de las utopías”. Y un grupo de locos mancomunados por esa revolución espiritual que es sentir “pertenencia” a una camiseta armaron la más impresionante demostración de amor al club de sus amores que yo recuerde. Eramos cincuenta mil, sesenta, cien mil pacíficos piqueteros que sitiamos la Capital. El punto de encuentro era el Obelisco y de allí marchamos a pie hasta el estadio Monumental. Las huellas de aquella peregrina hazaña todavía rebotan en nuestra memoria. Quedaron inscriptas en nuestros ojos como en nuestros corazones. En el cuerpo como en los atuendos que hoy son nuestro relicario.
Las fotos que sacamos, las zapatillas, las camisetas, las pulseras que usamos y los abrazos, que todavía guardamos. Fue una manifestación brutal de energía, vital por donde se la mire, en un país que venía con el alma acalambrada y que todavía no da señales de unidad como las que dimos nosotros. Las mismas que buscamos hoy.
Bien podría haber encontrado Mario Benedetti inspiración para su inmortal poesía “defender la alegría” o Beethoven para su “himno”. El latir de tantos corazones fue la más maravillosa música. En el día del Bicentenario de la patria vamos a rememorar también aquella gesta. No fue un día cualquiera: “Yo vi emocionarse a los tibios, reír a los serios, cantar a los abúlicos, conmoverse a los tímidos, enternecerse a los duros, reconocer a los desconocidos, juntar a los solitarios, enronquecer a los plateístas, fatigar a los infatigables, acongojar a los frívolos, serenarse a los violentos, reconciliarse a los enemigos. Fue un sortilegio que ocurrió en “el país de los corazones solitarios” promovido por el amor a River”.
Fue un día imborrable para la historia del club como seguramente lo será este martes. Solo quienes palpamos aquella incomparable bandera idolatrada sabemos lo trascendente que fue para fortalecer nuestra alma riverplatense. “Fue una tarde en que el sentimiento hizo fila india frente al ombligo erecto de la Argentina y derrotó a la indiferencia. Un día en que los nietos, los hijos, los padres y los abuelos, los eslabones de una cadena familiar millonaria, todos juntos, decidimos tributar toda nuestra gratitud por ser hinchas de la Banda. Entonces, marchamos sin discriminaciones. Estábamos los sobrios, los ebrios, los desamparados, los cuidados, los alimentados, los adictos, los negros, los rubios, los discapacitados motrices y los capacitados de dar todo por un ideal. Todos nos fuimos enhebrando en una bandera kilomètrica, majestuosa.
Y una muralla rodante se echó a andar. Las agrupaciones hicieron del portentoso Obelisco un monolito. Vistieron a la Reina del Plata, tan linda y coqueta que se puso roja de vergüenza y blanca de pavura. Nunca había tenido tantos pretendientes. La 9 de Julio se acomplejó de angostura a pesar de su famosa anchura. Libertador sintió el eco del Gran capitán llamando a sus huestes a cumplir con su deber marcial. La pituca Figueroa Alcorta se convirtió en murguera y colombina cuando se desató el ulular de los bombos. Y Palermo despertó de su sueño de princesa victoriana cuando sus pinos, cedros y araucarias fueron anegados por la marea humana.
Toda esos trashumantes encolumnados dispuestos a morir de pie como los ancianos arboles del parque. Y, al fin, llegamos a nuestro templo como si fuera la tierra prometida para acabar con esa promesa de dar rienda suelta al “derecho al delirio”. Ese sueño de poder amar como el primer día después de cien años”. Feliz cumpleaños, Millo. Ya van 109 y me parece que hay romance para rato.